Entrevista a Faustino García, creador de un modelo alternativo de cárcel que es referencia en España
54 años. Nací y vivo en Avilés (Asturias). Estoy separado y tengo dos hijas. Licenciado en Criminología. De 1980 a 1984 fui funcionario de vigilancia en centros penitenciarios, y a partir de entonces pasé a ser educador. Mi política es el entendimiento social. Creo en el ser humano.
* ¿Por qué escogió ser celador?
A los 15 años era voluntario en barrios marginales; luego fui militante clandestino en el PSOE y estudié Derecho, pero lo abandoné para trabajar en la construcción: quería integrarme en el movimiento obrero. Años después también abandoné la política, no quería acatar ciertas reglas del juego y acabé en un centro penitenciario, donde podía sentirme realizado.
Siempre he creído en la potencialidad del ser humano, y los hechos y el tiempo me han dado la razón. Entré en la cárcel Modelo en 1980, éramos dos funcionarios para 600 internos. Todo un aprendizaje.
* Suena terrorífico.
Descubrí algo fundamental en lo que muchos años después basé mi modelo de reinserción: las brutales carencias afectivas en las que se mueve el individuo son la excusa para seguir siendo como son, y subsanarlas es la llave para que cambien. Intenté llegar a esas personas acorazadas a través del afecto, y ese ha sido mi hilo conductor.
* ¿Cómo conseguía llegar a ellos?
El panorama era aterrador, idéntico al de El Expreso de Media Noche.En mi primer día, al hacer el recuento de presos, les di los buenos días. Aquello causó un impacto brutal, porque al final se encuentran dos seres humanos y lo que cuenta es lo que hay debajo del uniforme. No he tenido problemas para llegar a los internos, ni siquiera con los de alta conflictividad. Lo he hecho mirándoles a los ojos con una transparencia total.
* ¿Cuál era su función?
Puede ser abrir y cerrar puertas y hacer recuentos, o tenderles la mano y ayudarles a salir de la situación emocional en la que se encuentran. Con un interno puedes o no conversar, y si lo haces, puede ser de temas banales o sobre los temas más profundos relacionados con su propia vida.
* Pero eso es una cosa de dos.
Siempre hay uno que debe aproximarse y arriesgar. Si lo haces y compartes, a veces sufres frustración; pero si de diez veces te funciona una, es suficiente. Así he entendido yo la vida: no desperdiciar la posibilidad.
* Pese a ello, no debió de ser fácil.
Fueron años de sufrimiento, porque el nivel de violación de los derechos humanos y de corrupción en las cárceles en los ochenta era brutal. El proceso democrático no había llegado a la cárcel. Entré en una guerra.
* ¿En qué bando?
O mirabas para otro lado y te hacías cómplice de malos tratos, o te enfrentabas. Elaboré un dossier, se lo entregué al subsecretario de Estado y destituyeron al director.
* ¿Y usted no vivía amenazado?
Sí, temí por mi vida. En 1986 conseguimos cierta humanización de la Modelo: educación y salidas. Nunca nos falló ninguno, quedó clara la potencialidad de esas personas.
* Pero su modelo carcelario no vio la luz hasta que llegó a Asturias en 1992.
Sí, cuando ya había entendido que el proceso de cambio personal debía ir acompañado de un cambio de ambiente. La cárcel es una escuela de delincuencia, de ahí los altos índices de reincidencia. Si todo lo que te rodea es mafia, drogas y violencia, es imposible cambiar y que un preso se sincere, porque eso le debilita frente a un colectivo en el que tiene que ir de duro para sobrevivir.
* ¿Cómo lo hizo?
Empecé en la cárcel de Villabona trabajando la drogodependencia con un grupo del módulo de jóvenes. Los internos iban acercándose por interés, porque conseguíamos permisos; pero para engañarnos tenían que evitar consumir droga en exceso y reducir los conflictos: así empezaron a modificar conductas y a sentirse a gusto con esos cambios. Llegamos a los 70 presos y conseguimos un módulo sólo para nosotros en el que se implantó una serie de reglas.
* ¿De qué tipo?
Un contrato terapéutico en el que se comprometen a no consumir drogas, a denunciar el tráfico y a trabajar por su recuperación. Con el tiempo se sumaron adultos, gente de todos los módulos que quería cambiar de vida y que sabía que si no cumplía, aquel ambiente distendido se iría al garete.
* Entiendo.
Invitamos a los funcionarios a participar tutelando presos: conocer su vida, ser sus amigos, ayudarlos... Una auténtica revolución, ya que, en el mundo carcelario, vigilantes y presos son enemigos, sobreviven amenazándose. Hoy la mitad de los presos de Villabona vive en este tipo de módulos: unidad terapéutica educativa (UTE).
* ¿Cómo se devuelve la ilusión a la gente?
Cuando llega un interno de primer grado, conflictivo entre los conflictivos, con años en régimen de aislamiento, ves claro que la falta de afecto provoca desconfianza, y la desconfianza, tensión y violencia ante todo lo que le rodea. El tratamiento clásico es la represión, pero ante eso están entrenados.
* ¿Qué les da usted?
Sus compañeros del nuevo módulo y yo lo abrazamos y lo dejamos desconcertado, debilitado, se produce un trauma en sentido positivo. En la UTE nadie te ataca, te ofrecen tabaco a cambio de nada, lo único que se te pide es que luches por tu futuro. No es fácil, pero en todo momento están apoyados. Reinsertamos a presos y vigilantes: ambos colectivos son víctimas de un sistema depredador que genera, tanto en un lado como en otro, elementos dañinos. Los funcionarios viven aterrorizados en ese ambiente.
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martes, 16 de diciembre de 2008
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